El gran dilema.
Mi cabeza suele seguir a mi corazón, y procuro que lo que hago esté alineado con lo que siento.
Pero estos días, con mi propuesta de yoga para niños, algo me hace ruido.
Siento que no estoy siendo del todo coherente con sus verdaderas necesidades.
Me nace natural adaptarme a ellos, priorizar su ritmo por encima del mío.
Y sin embargo, algo me dice que tal vez el enfoque no está siendo el más orgánico.
Solo sé que necesito estar en espacios donde la energía fluya, donde lo que se ofrece conecte de verdad.
Si no es así… apaga y vámonos.
Tal vez me estoy anticipando.
O quizás es hora de dejar que sean ellos los que marquen el compás.
Mientras tanto, sigo pensando en propuestas que no se impongan, sino que nazcan.
De sus cuerpos en movimiento, de sus ganas de jugar, de su momento evolutivo.
Una vez, en el cole de mis hijos, una tutora me dijo:
– María, no me gusta dar puntada sin hilo.
Y quizás eso es justo lo que me está pasando:
Quiero crear un espacio con sentido. Un refugio con cuentos, juegos, yoga y mindfulness…
Un lugar donde puedan aprender habilidades de vida, sin sentirse exigidos, medidos ni saturados.
Hoy, más que nunca, veo a la infancia agotada.
Y yo no quiero ser una exigencia más.
Quiero ser una pausa. Una puerta abierta cuando la necesiten.
Quizás un par de días a la semana. Quizás en formato de entrada libre.
No lo sé aún.
Pero dejo esta idea sembrada en la tierra.
Y estaré atenta a lo que la vida me susurre ✨